La primera etapa del camino fué mi labor social escolar con el Instituto Nacional para Ciegos INCI, en dónde aprendí Braille para traducir un libro de inglés a un saxofonista invidente. Su sensibilidad y sencillez dejaron una marca indeleble en mi memoria, y con cariño recuerdo como mientras sus ágiles dedos leían en segundos lo que me tardaba horas en escribirle con platilla y punzón, me iba preguntando por la pronunciación de las palabras, que terminaba dominando casi sin repetición. Fué un satori con el que comprendí que nos dejamos llevar demasiado por lo que vemos, y descuidamos muchas veces nuestros restantes 4 sentidos. Quedé prendido de la idea de poder percibir todos los detalles que nos rodean, afianzando los sentidos distintos a la vista.
La segunda etapa fue una visita a la Feria del Libro que hacían (no sé si aún la hagan) los libreros de la carrera 10a, en el parque frente al Museo del Oro. A mi madre le encanta curiosear libros de segunda, y caminábamos por horas de puesto en puesto buscando títulos llamativos. En buena medida ésas caminatas forjaron el lector que soy hoy en día.
Una de aquellas compras que atesoro es la recopilación que hizo editorial Montena, hoy propiedad de Penguin/Ramdom House, de varias de las aventuras de Spiderman traducidas al español llamada "Yo soy el Hombre Araña". En las primeras páginas se le comparaba con varios héroes del universo Marvel, y siempre aparecía que un tal Devil (no lo llamaban Daredevil) tenía mejores sentidos que el Hombre Araña, era igual de ágil, y que no tenía rival. Que tuviera un traje parecido a un diablo lo hacía aún más enigmático para mí, pero los cómics no eran parangón del prêt-à-porter. Pero que dijeran que en muchos aspectos era superior a Spiderman, héroe adorado de mi juventud, era mucho decir. Necesitaba conocerlo. Pero en los revisteros de los supermercados, que era dónde se vendían los cómics en formato pequeño de Editora Cinco, nunca aparecía el tal Devil.
La etapa en que finalmente lo conocí fué caminando por la Avenida 9a cerca a la calle 72, en un local de la Librería Francesa que quedaba donde hoy está un Foto Japón. Allí encontré ni más ni menos el número 300, en dónde Daredevil da el "golpe final" contra su archirival Wilson Fisk, alias Kingpin. No habían científicos locos contratados para usar aparatos demenciales. No supervillanos mercenarios que destrozan calles con brincar o gritar. Ni trajes sacados del Cirque du Soleil. Buena parte del cómic es la historia de Fisk, de una infancia con padres abusivos, una iniciación joven en la delincuencia, y cómo creció con sus manos manchadas de sangre. Un villano del día a día, con motivaciones y miedos de los que se leen en los periódicos y en las crónicas. Por su parte, el héroe demuestra una tenacidad incansable pese a sus limitaciones, una fuerza ante la adversidad comparable quizás a la de Spiderman, una permanente búsqueda de valores en sus raíces, y un profundo sentido de pertenencia y deber con una comunidad pequeña, Hell's Kitchen.
¿Hace falta algo más para encariñarse con éste cómic?
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